Tener una enfermedad genética es encarnar una diferencia abrumadora. La brusca manifestación de lo complejos que somos. No sólo en ese universo intrincado de cromosomas, códigos y genes, sino en nuestras formas de relacionarnos. Es encontrarse con que toda la vida encarnaré la rareza, ese punto de atención o ese algo incómodo y lejano que puede ser ignorado.Los roles se trastocan y los compendios sociales establecidos se tornan difusos. Amor, amistad, tienen sentidos curiosos. Los límites que les definen comienzan a ser transgredidos todo el tiempo. Pero también hay miedo y una soledad tan profunda que se traduce, en los días grises, en romper en llanto y pedir: "Quiero ser normal. Quiero un matrimonio, una familia. Ser una persona común y corriente. Estable, llena de rutinas". Sin embargo, suceden también epifanías. La diferencia abrumadora ha estado conmigo toda la vida. No solo en esa mutación diminuta que varía mi cuerpo y descontrola hoy mis movimientos, mi carácter y mis pensamientos. No sirve engañarse en impulsos victimizantes. No. Ha habido algo distinto siempre, poco legible y muchas veces incomprensible. Algo revolucionario.
Banda sonora:
https://www.youtube.com/watch?v=oiKVs1oUIfk&list=PLrJs98KKebi-8cZCsmOcaqOl9wVmmvJCS
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