Enfermedad. Aquel recordatorio constante de mi corporalidad, de que soy materia, finita, a veces frágil, otras sorprendentemente resistente. Materia, realidad, que me lleva paradójicamente a pensar en energías, espíritu, abstracciones que antes eran secundarias. Mi lugar-no lugar, el pliegue en el que me muevo libre, es el juego del nombrar. ¿Cómo llamar eso que me impulsa a sonreir, a apreciar la quietud, a meditar tranquila en soledad?, ¿cómo definir aquello que llena mi corazón y me acompaña en los días y noches que quiero darme por vencida?, ¿cómo expresar con palabras esa fuerza que hace que me arriesgue y acepte lo que venga?, ¿Dios, claridad, universo, amor? No importa, nómbrenlo como quieran...
Pero, como manifestación de mi dualidad, también reivindico el poder del nombrar. Mi lugar ambiguo me permite hacerlo, porque en esta frontera puedo ser o no ser, como espectro, y puedo dejar de nombrar y también darle nombre a las cosas en mi realidad situada. Mi enfermedad es rara y huérfana, sí. Oí hace poco que una doctora periodista iniciaba una cruzada, queriendo cambiarle el adjetivo por uno más amable, "llamarlas así es como si estuvieran solitas, sin quien se preocupe por ellas. Pero las cosas van mejorando" parafraseaba quien se refería a ella. Qué bonita intención pero igual ingenua... gajes de las interpretaciones sin ver en qué condiciones se dan. Nombrar de forma amable un problema real de olvido estatal y social en nuestra dolida periferia sólo redunda una retórica victimizante. Solo hay que voltear a mirar la cantidad de asociaciones, institutos, leyes consagradas en otras latitudes. Aquí, sobre Wilson, no hay nada. Y de otras enfermedades raras, poco, muy poco.
Pero ojo, reivindicar el poder de nombrar o no hacerlo no es quejarse ni ignorar o dejar pasar. Desde mi lugar híbrido reconozco el poder de mi hacer/no hacer, soy respetuosa, de mente, corazón y espíritu abierto, al tiempo que crítica frente a las trampas del lenguaje vacuo.
Soy y no soy, amorosa y transgresora.
Siempre.
Pero, como manifestación de mi dualidad, también reivindico el poder del nombrar. Mi lugar ambiguo me permite hacerlo, porque en esta frontera puedo ser o no ser, como espectro, y puedo dejar de nombrar y también darle nombre a las cosas en mi realidad situada. Mi enfermedad es rara y huérfana, sí. Oí hace poco que una doctora periodista iniciaba una cruzada, queriendo cambiarle el adjetivo por uno más amable, "llamarlas así es como si estuvieran solitas, sin quien se preocupe por ellas. Pero las cosas van mejorando" parafraseaba quien se refería a ella. Qué bonita intención pero igual ingenua... gajes de las interpretaciones sin ver en qué condiciones se dan. Nombrar de forma amable un problema real de olvido estatal y social en nuestra dolida periferia sólo redunda una retórica victimizante. Solo hay que voltear a mirar la cantidad de asociaciones, institutos, leyes consagradas en otras latitudes. Aquí, sobre Wilson, no hay nada. Y de otras enfermedades raras, poco, muy poco.
Pero ojo, reivindicar el poder de nombrar o no hacerlo no es quejarse ni ignorar o dejar pasar. Desde mi lugar híbrido reconozco el poder de mi hacer/no hacer, soy respetuosa, de mente, corazón y espíritu abierto, al tiempo que crítica frente a las trampas del lenguaje vacuo.
Soy y no soy, amorosa y transgresora.
Siempre.
Caro, me hiciste recordar a Saramago. Aunque suene irónico mencionar a Saramago en un post que hable de Dios :)
ResponderEliminarÉl, en el ensayo de la ceguera, dice algo como que hace falta que demos nombres a los nuevos sentimientos, pues solo así lograremos reconocernos (dejar de ser ciegos).
"Los ciegos no necesitan de nombres, yo soy la voz que tengo, el resto no es importante."
José Saramago.
Me da mucha alegría que te haya recordado eso. Y de Dios... prefiero nombrarlo de muchas formas a negarlo. Una especie de espiritualidad de resistencia jaja ;)
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