Partiré en estos días a otras latitudes donde las reglas parecen ser más claras respecto a mi enfermedad y las ayudas ante mis limitaciones. Le apostaré con prevención al Estado benefactor, al discurso de la igualdad y los derechos, al montón de cosas que son tan diferentes en este trópico diverso. Me he movido en un balanceo que produce cada vez más vértigo, entre odiar a la gente por sus afanes, exceso de trabajo, afición al dinero, desinterés, inseguridad... ceguera. O quererle con compasión, apreciar el mínimo esfuerzo, los pequeños detalles, la compañía efímera, las preguntas y algunos abrazos. He aprendido a llorar sola, anhelando una compañía distinta a la de mi familia incondicional, refugiándome en mi meditación y admiración por este cuerpo que quiere sanar como sea. Y ha fluido el llanto en compañía, con la alerta de no sentirme víctima, sin bajar la guardia porque... no me puedo dar esos lujos. Comprendí que necesitar amor no es lo mismo que necesitar a alguien y me enfoco en la posibilidad de encontrar a un ser bello que comprenda eso y con valentía y compromiso me acompañe un rato en mi travesía. He gritado en contra de un sistema de seguridad social perverso que se mueve por ecuaciones, frente al cual debo mostrarme cada vez más jodida para recibir lo justo, aunque la justicia no ha llegado y me duele imaginar las condiciones de otros y otras en mi misma situación, pero menos afortunados. Los tropos de mi pasado se diluyen en mis manos. Posesiones, anhelos, relaciones se deshacen en un acelere inevitable y no hay chance de apegarme a nada para tener un salvavidas ante el futuro improvisado. Un día quiero llevarme mis pequeños tesoros a cualquier costo y otro lanzarlos a una fogata, que se vaya todo al carajo. Lloro, río, me emociono, y sí, tengo miedo. Me refugio en pensar que el universo y yo somos uno, y que mi decisión de ofrecer tanto dolor y decepción me hará más agradecida con una vida sencilla. Lo voy sintiendo de a pocos si me comparo con la Carolina de hace unos años, aunque a veces me sienta agotada de tanta prueba, tanto aprendizaje, tanta vida que me atropella y luego me abraza para sanarme. Aún quedan algunos sueños y voy tras ellos con la convicción de ser cada vez más adaptable, de mantener mi sonrisa a pesar de todo. Me voy, buscando unir mis fragmentos. Hasta luego.
Entre querer y no poder, se debaten mis días. Las cosas más sencillas se tornan faenas imposibles. Escribir unas palabras, comer un bocado, incluso a veces me cuesta dar la mano o señalar algo. Hay momentos en que la frustración hace que cierre mis puños intentando controlar en vano el temblor involuntario. Aunque hago fuerza, se mueven como las ramas de un árbol que no pueden resistirse al vaivén que les produce el viento. Al final del día, veo los pequeños músculos tensionados que sobresalen bajo mi piel y duelen un poco. Suelo preguntarme si ese vaivén también desespera a los árboles, si sienten como yo, el cansancio en sus extremidades que se balancean de un lado a otro, de arriba a abajo. Me inquieta saber cómo sienten las tormentas, si les pasa como a mi que en días tormentosos. el aumento súbito del movimiento trastoca mi espíritu y me quiebra como las ramas delgadas que caen al piso en un aguacero. Quisiera volverme árbol por un día, a ver si aprend...
Felices vientos capitana!
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